La tarde calurosa de mediados de septiembre no invitaba a
excesivos desplazamientos por la calle, por lo que la opción de un centro
comercial le pareció lo más acertado.
Eligió uno de los más grandes de la ciudad, calculando que
las posibilidades de encontrar el regalo apropiado para la ocasión serían
proporcionales a la cantidad de tiendas que había en ese lugar.
Nunca le resultó difícil elegir un regalo para ella, conocía
perfectamente sus gustos y preferencias, pero hoy no parecía estar centrado y
cuando entró al centro comercial, no tenía la menor idea de lo que estaba
buscando.
Pensó que encontraría la inspiración recorriendo las
tiendas, aunque seguramente emplearía más tiempo de lo habitual en decidirse.
No conocía bien ese lugar, solo había ido allí un par de
veces. Comenzó a caminar por un gran pasillo semicircular sembrado de tiendas
de moda, joyerías y perfumerías, deteniéndose en cada vidriera. Sin decidirse.
No debía ser un regalo cualquiera, treinta años de matrimonio
merecía algo especial.
Las luces de los escaparates multiplicada por el reflejo en
el suelo y las paredes de granito brillante, la gente, el griterío del lugar
comenzaban a marearle.
Tres horas más tarde estaba por darse por vencido, no
encontraba nada que le convenciera, y de pronto le sorprendió un pequeño cartel
indicativo, colgando por encima de su cabeza, que señalaba la ubicación del
“Asesor de Regalos”.
Debió caminar unos cuantos metros más, pasar por delante de
los ascensores, las escaleras y los servicios, el pasillo se estrechaba y la
iluminación disminuía considerablemente. Dudó, volvió sobre sus pasos para
corroborar que se dirigía al lugar correcto.
Confirmada la dirección de su destino, volvió al claustrofóbico
pasillo, sin tiendas, ni carteles de publicidad. Justo cuando una pared
anunciaba el fin del recorrido, divisó un pequeño escritorio iluminado por una
tenue luz que aportaba un lámpara de mesa. Además de la lámpara, el único
elemento que había sobre el escritorio era un cartelito verde, que con letras
blancas indicaba que se encontraba frente al Asesor de Regalos.
Todo el conjunto era muy espartano, despojado de todo lujo y
pompa. Desentonado totalmente con el resto de lugar.
Sumergido en la semipenumbra un hombre de cabellos blancos y
espesa barba esperaba sentado en una –aparentemente incómoda- silla de madera.
Al acercarse, el hombre lo invitó a sentarse,
entonces reparó en que había otra silla disponible frente al escritorio.
Su saludo sonó cansado y escéptico, apartó la silla y dejó
caer pesadamente su cuerpo al sentarse, y apoyándose con los codos sobre la
mesa, se inclinó para expresar su consulta.
El hombre se anticipó a sus palabras y con un tono suave y
cordial dijo:
-“No encuentra el regalo apropiado, no se preocupe, estoy
aquí para ayudarlo a decidir. Cuénteme para quién es y el motivo del regalo”
-“Estoy buscando algo especial para mi esposa, cumplimos
treinta años de casados”, respondió esperanzado.”
-“Permítame que le haga algunas preguntas que me ayuden a recomendarle
el mejor presente.”, dijo el Asesor sacando una carpeta del único cajón del
escritorio de donde seleccionó un formulario impreso.
El accedió con un ademán de su cabeza y abriendo las dos
manos como gesto de resignada aprobación.
El hombre leyó pausadamente todas las preguntas del papel,
no dando espacio a las respuestas hasta terminar el listado, entonces volvió a
guardarlo en la carpeta y a ésta en el cajón de donde la había sacado. Mirándolo
con expresión inquisitiva se dispuso a escucharlo.
-“No creo que tengamos el tiempo necesario para que pueda
responder este cuestionario antes que cierre el centro comercial”, no obstante
trataré de hacerlo de la forma más breve y concisa posible, tratando de
responder a todas sus preguntas a la vez”, dijo impacientemente
-“Hágalo, por favor”, respondió el Asesor amablemente.
-“Me pregunta cuál es mi concepto de la felicidad en la
pareja, eso es muy difícil de responder. Para mí comprende: la necesidad
asfixiante de estar juntos, las cosquillas en el pecho al mirarla, el compartir
la emoción de ver a nuestras hijas convertidas en mujeres, la unión de la
familia, el caminar tomados de la mano, los silencios eternos, las charlas, las
risas, las miradas, el apoyo en los momentos duros, el coraje y el miedo.
Disfrutar inmensamente de los viajes, las comidas, los recuerdos. Entender y
aceptar que no somos perfectos y que eso es naturalmente perfecto, amarnos como
somos, por lo que fuimos y por lo que seremos, aceptando nuestros errores, aprendiendo,
cuidándonos. La felicidad es ayudarnos, no rendirnos, mantener la esperanza,
confiar el uno en el otro ciegamente, tener sueños. La felicidad es lo que fui
descubriendo a lo largo de estos treinta años, de los que no cambiaría ni un
segundo de lo vivido, tal como lo vivimos. La felicidad para mi es el beso al
despertar, los desayunos compartidos, los mimos que ayudan a dormirme, es
pensar en todo lo que nos queda por vivir.”, dijo con la voz algo quebrada.
-“Me pregunta cuánto la amo, el amor es algo intangible, no cuantificable. No puedo decir cuanto la amo, la amo, eso es todo. La amé
desde el primer día, desde que supe que estaríamos juntos toda la vida. Estoy
convencido que el amor no cambia, no se desgasta ni aumenta con el tiempo, se
ama, con todo lo que eso significa. Me pregunta si podría dejar de amarla, y mi
respuesta es que no, nunca.”, dijo en tono firme y seguro.
Pasaron algunos minutos en silencio, los pensamientos se
agolpaban en su mente y los sentimientos parecían estallar dentro de su pecho,
finalmente se dispuso a continuar respondiendo.
El Asesor lo interrumpió y le dijo que con eso era
suficiente, se tomó unos segundos para reflexionar y mientras alisaba su barba
comenzó a ofrecer su consejo.
-“En base a las respuestas que me dio y aquellas que pensaba
darme, mi consejo es que cualquier presente que usted elija será el correcto,
siempre que exprese conjuntamente sus sentimientos. Puede ser desde una joya hasta
un ramo de flores, una prenda de vestir o un poema. Si usted no se considera un
poeta, pruebe con un relato. Además, estoy seguro que el mejor de los regalos
para este aniversario ya lo han recibido”, dijo el hombre del escritorio
incorporándose brevemente y ofreciéndole la mano como despedida.
Comenzó a caminar hacia una de las salidas del centro
comercial, apenas había andado un par de metros cuando se volvió para saludar
al Asesor y no pudo verlo. Tal vez por la escasa iluminación sus ojos cansados no
distinguían nada al final del pasillo, el hombre ya no estaba allí, no había
escritorio, ni lámpara, ni cartel.
Pasó nuevamente frente a todas las tiendas, pero esta vez no
se detuvo en ninguna, no volvió a ver los carteles que indicaban la ubicación del
Asesor de Regalos, intrigado y confundido, volvió a su casa y se puso a
escribir este relato.
Feliz aniversario.
Víctor M. Litke, Madrid 17 de septiembre de 2013